miércoles, 31 de octubre de 2012

Destino

"Los días que vienen
y los transcurridos
viven en un libro, vidalitá,
que no es sucesivo,
donde aún es pasado, vidalitá,
y el futuro ha sido."
Fragmento de "Vidalita del camino"
de Alejandro Dolina

  Una biblioteca es el lugar más surrealista que existe en cualquier hogar. Por pequeña que sea, en las bibliotecas siempre ocurren hechos extraordinarios. Uno encuentra libros que nunca vio, las posiciones de los libros cambian sin nuestra intervención. Si decidimos tomar un libro que ya leímos y volver a releerlo, notamos que cambió y que ya no es el mismo. Algunas páginas se borran, otras cambian de lugar, y algunas desaparecen por completo.
  Será por todos estos motivos que no me sorprendí al encontrar un libro nuevo en los estantes de mi biblioteca. Narraba la historia de un hombre común. Era un tópico extraño para mi gusto literario, y creo que para el gusto de cualquier lector. Nada extraordinario pasaba en las primeras hojas, sin embargo, no podía dejar de leerlo. Hasta que algo sucedió, una de las situaciones por las que pasaba el personaje me hacía recordar a mi niñez. Hasta ese momento no me había dado cuenta de la similitud en la personalidad del personaje del libro y la mía. Esto me pasaba a menudo con casi cualquier personaje que leía, pero esta vez era distinto. Continué la lectura, y nuevamente apareció un hecho que conocía a la perfección de mi propia historia. Un tanto atemorizado volví unas hojas hacia atrás y releí con más atención. El temor fue creciendo párrafo a párrafo, estaba casi seguro que estaba leyendo mi propia vida. No sabía qué hacer, era algo completamente imposible, decidí cerrar el libro y volverlo a dejar en algún estante al azar.
  En los días siguientes, cada vez que pasaba por la habitación, mis ojos hacían un repaso de la biblioteca con la esperanza de no volver a ver aquel tomo. Temía volver a acercarme y elegir algo para leer.
  Cierto día, me levanté con la convicción de que si el libro realmente contaba mi vida, entonces podía usarlo a mi favor. Aún así, intuía que lo mejor era no volver a cruzármelo. Volví entonces a la biblioteca y quise elegir al azar, pero el destino se interpuso y puso nuevamente el extraño libro en mis manos. Continué leyendo. Cada vez tenía menos dudas, el libro contaba mi vida. Incluso eventos que yo mismo había olvidado. No pude evitar pensar que cada capítulo que pasaba, más me acercaba al tiempo presente. Por un instante interrumpí la lectura para preguntarme: ¿llegaría el libro a contar toda mi vida? Dejé mi dedo índice en la página que estaba leyendo, y cerré el libro para ver qué tanto faltaba por leer. A juzgar por el resultado la respuesta era que sí, el libro contaba toda mi vida.

  Como bien saben, las cosas extraordinarias nunca ocurren en números impares. Es por eso que en aquellos tiempos en que leía el libro, ocurrió otro hecho extraordinario: caí hechizado bajo la dulce hermosura de una mujer que cruzaba diariamente en mi camino al trabajo. Entonces, supe por qué el libro había elegido ese momento para llegar a mí. Seguramente en sus páginas encontraría las instrucciones (¿o estaría mejor decir los hechos?) precisas para conquistarla. Aún así, el terror por conocer el futuro se mantenía en mi corazón, así como la dulce ansia de saber si mi camino se cruzaría con el de aquella muchacha.
  Pocos días más tarde tomé la decisión de continuar el libro hasta llegar al momento en que comenzaba a leerlo. Así lo hice, pero no pude detenerme, leí en sus páginas cómo conocí a la dama que ocupaba buena parte de mis pensamientos, leí como poco a poco fue tomando control de mis actos, y como decidió, incluso sin quererlo, que yo siguiera leyendo el libro hasta llegar al mismo día en que estaba. En ese momento, en un rapto de conciencia cerré el libro y lo deposité ruidosamente en su lugar.
  Al siguiente día, mitad para evitar la necesidad de leer el libro y mitad por mis ansias de conocerla, le dirigí la palabra cuando cruzaba frente a mí:
- Buenos días señorita.
- Buen día.
- (No pude evitar pensar que si hubiera seguido leyendo sabría exactamente qué decir). Creo que la conozco de algún lado.
- Puede ser, usted también me resulta conocido.
  El destino me sonreía, casi sin quererlo comencé a hablar con ella. Supe que su nombre era Mariel. Que vivía a pocas cuadras de mi casa. Que gustaba de la lectura, y que su biblioteca tenía las mismas costumbres extrañas que la mía. Por supuesto, no le dije una palabra del libro que estaba leyendo. Hacia el final de la charla conseguí citarla en un bar del barrio con la excusa de continuar nuestra conversación. Volví a casa con la tranquilidad de no necesitar la lectura del libro para conseguir el favor de Mariel.
  Mariel era una persona ocupada, y quedamos de vernos en el bar "La perla" en la semana siguiente. Como todo enamorado hubiera querido que el tiempo se esfumase y aparecer de repente sentado en el bar. Me pregunté qué pasaría si arrancaba las páginas de espera del libro. Pero me detuve enseguida, había conseguido la cita sin el libro, así que no era necesario volver a abrirlo.
  La semana pasó con la lentitud propia del que espera un gran acontecimiento. Cuando finalmente llegó el día comencé a sentir que mis ansias aumentaban más de lo prudente. Sabía cómo calmarlas, solo tenía que leer el libro. Pero tenía una voz interna que me lo prohibía terminantemente. Soporté como pude. Cuando aún faltaba un par de horas para irme, comencé con los preparativos propios de una cita. Creo que ese fue mi primer error. En poco más de una hora estaba listo para irme. Aún debía esperar más. Ya no pude soportar mi ansiedad, fui a la biblioteca, tomé el libro y retomé la lectura. El libro se abrió en medio de la semana de espera. Por tomar un atajo, decidí leer desde allí. Ese fue mi segundo error. Aún habiendo avanzado en la historia, el capítulo de la semana de espera era intolerablemente largo. Cargado de descripciones absurdas que hacían lento el leer. Supuse que el autor del libro quería simular lo mismo que yo había sentido: que la semana era interminable. La hora se acercaba y la narración parecía cada vez más lenta. No quise esperar más, salteé varias hojas y llegué al momento en que me encontraba caminando al bar. Leí las calles que tomaba, y me parecía una extraña forma de llegar a "La perla". Doblar por Uriburu, ver la tienda de mascotas, seguir dos cuadras, a la derecha por Rivadavia, caminar una cuadra y media más y entrar al bar. ¡¿Entrar al bar?! Pero, ¡esa no era la dirección de "La perla"! Me invadió una extraña sensación, como si un hilo delicado de finísimo cristal, se hubiera roto en pedacitos. ¿Qué pudo haber estado mal? Decidí buscar el momento en que acordamos la cita. Recordaba cada palabra de esa conversación, me fue fácil encontrarla:
"- Realmente tiene usted una charla muy interesante. Y además, es hermosa. Quisiera conocerla un poco más, ¿qué le parece si vamos a tomar un café uno de estos días?
Mariel se sonrió, y el día se iluminó un poco más.
- Sí, por supuesto, estoy libre el martes de la semana que viene. No crea que no quisiera verlo antes, pero mi trabajo... vió... me tienen esclavizada... ¡qué se le va a hacer!
- No se preocupe, el martes está bien. Conzco un bar hermoso, se llama "La perla", queda sobre Rivadavia, ¿lo conoce?"
  ¿Qué estaba sucediendo? El libro siempre había sido fiel a lo que me ocurría. Comencé a sentirme mareado. Era imposible que acordáramos ir a "La perla" y nos encotremos en "Uno". Me pregunté si el destino podía tener errores de impresión. Desesperado busqué el diálogo que se establecería en el bar, por suerte era extenso y lo crucé rápidamente. Lo que leí me tranquilizó. La conversación fluía naturalmente, como fluye entre dos almas enamoradas. Ella conocía todos los retruques a cada cosa que le decía, y yo conocía los galanteos que hacían aflorar en sus labios su bella sonrisa. La velada finalizaba con un beso conmovedor, y la promesa de una nueva cita en el próximo fin de semana.
  Por un instante pensé en llamarla y pedirle que cambiáramos de bar, pero miré el reloj y ya era tarde, salí en dirección a "La perla".
  Caminé las primeras cuadras tratando de encontrar una tienda de mascotas que me recuerde a la de la calle Uriburu. Jugué a armar con las letras de las calles que cruzaba, los mismos nombres de las calles que me llevaban al bar "Uno". Nada de esto funcionó. Me pregunté si el hecho de no seguir los pasos que indicaba el libro no cambiaría también el destino. Traté de racionalizar una respuesta pero me fue imposible. Entonces, se me ocurrió una idea. Para arrimarme mejor al futuro perfecto que había leído, solo tenía que desviarme un poco, y pasar por la entrada de "Uno", antes de dirigirme a "La perla". Solo me llevaría unos 10 minutos. Mariel lo entendería. Di media vuelta y fui a buscar a paso rápido el bar que indicaba el libro. Pasé por Uriburu, la tienda de mascotas, Rivadavia. Eso me tranquilizó. Era tarde, pero el destino ya había hablado y todo saldría bien con Mariel.
  Al llegar al bar, no pude evitar entrar. Desde la barra, un mozo me chistó. Me acerqué más por educación que por otra cosa:
- ¿Qué sucede?
- Le veo cara de perdido, ¿se encuentra bien?
- Sí, sí, de hecho ya me iba.
- ¿Ya se iba? ¿y para qué entró entonces? ¿buscaba a alguien?
  Sus palabras me petrificaron, ¿qué debía responder? No sé cómo, pero el mozo intuyó una respuesta.
- Veo que sí, ¿por qué no prueba llamar a quien busca por teléfono? tal vez se retrasó.
  Llamar por teléfono, esa idea me iluminó. Había leído en el libro que caminaba hacia el bar Uno, y eso fue lo que finalmente hice, pero no leí qué había ocurrido antes ¿habría comenzado mi camino hacia "La perla" y llevado por la lectura de mi propio futuro corregí mi camino y terminé en el bar "Uno"? El libro nunca había fallado, debía ser así, la explicación cerraba de manera perfecta. Tampoco había leído lo que ocurrió entre la llegada al bar y la conversación con Mariel. Por lo tanto, no estaba de más pensar que hablaría con un mozo que me propondría una llamada telefónica, y así contactaría a Mariel para que venga finalmente al bar "Uno". Luego se desarrollaría la conversación que leí, y la promesa de una nueva cita. Me invadió una satisfacción enorme.
  Mientras divagaba con estos pensamientos el mozo me extendió el teléfono. Noté que su meñique tenía una uña muy larga. Tomé el teléfono y marqué el número de "La perla". Al otro lado atendieron y pedí que buscaran entre las mesas a Mariel.
  Casi no puedo recordar el diálogo que tuvimos. Le pedí a Mariel que viniera al bar donde estaba. Ella me pidió motivos. Balbuceé algunas excusas y ella ensayó algunos reproches. Vino a mi memoria que el libro me prometía el éxito si nos encontrábamos en aquel bar. Le dije con autoridad que era necesario que se acercara al bar. Ella siguió sin comprender, me dijo que esperaba una buena explicación cuando llegara. Luego cortó enojada.
  Al colgar, quise agradecerle al mozo, pero ya no estaba ahí. Me senté esperando a Mariel. Me preguntaba cómo sería el gran discurso que le daría, que finalizaría en una conversación romántica con beso y promesa de una nueva cita. Aun así, no intenté pensar ninguna excusa, me sentía como si hubiera comprado un boleto de lotería ganador el día después del sorteo.
  Mariel llegó y se sentó frente mío. Mi cara mostraba la sonrisa estúpida del que se sabe ganador. Mariel creyó que me estaba burlando. Comencé a decirle piropos, suponiendo que no debía preocuparme por explicar nada, después de todo el final ya estaba escrito. Ella me miró visiblemente enfurecida. En aquel momento quise explicarle que era el destino el que nos había llevado a ese bar. Que el futuro se veía hermoso para nosotros dos. Pero ella no quería explicaciones poéticas, quería explicaciones reales. Intenté buscarlas, pero no encontré ninguna. Entonces, le dije la verdad, que tenía un libro que relataba mi vida, y que me había indicado que debía citarla allí y no en el otro bar. Ese fue mi último error. Mariel se levantó bufando, dio media vuelta y se marchó sin dirigirme la palabra.
  Sentado en la mesa, miré alrededor como buscando a alguien a quien extenderle la queja de que el libro había fallado. Me encontraba desesperanzado. Ni siquiera atiné a intentar seguir a Mariel para ensayar otra respuesta. Quedé solo en la mesa del bar como esperando algún milagro que no sucedió. A la hora, comprendí que debía volver a casa.
  Al llegar, me dirigí como un automáta a la biblioteca. Tomé el libro en mis manos y busqué nuevamente el exitoso diálogo con Mariel. No lo encontré. Busqué páginas atrás la descripción de algunos de mis acontecimientos pasados, a medida que releía notaba que no eran tan parecidos a los que había vivido. Busqué el primer encuentro con Mariel, y vi que ya no se llamaba así, ahora su nombre era Elena. Busqué la charla con el mozo, y solo hallé un sueño con el demonio. El libro me había engañado.

  Un amigo vino a visitarme el siguiente día. Antes de que se vaya, corrí a la biblioteca y tomé dos libros al azar y uno a propósito. Se los di recomendándole que los leyera. Ojalá que nunca me los devuelva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario