miércoles, 10 de octubre de 2012

Nobleza perdedora

"La humildad es algo muy extraño. En el mismo momento
en que creemos tenerla, ya la hemos perdido." San Agustín

  Siempre me ha gustado mucho analizar las virtudes. Tienen algunos recovecos más que interesantes. Una de las cosas que más me llama la atención es que no se necesita ser exitoso para tener virtudes. El éxito y el virtuosismo corren carreras muy distintas, totalmente disjuntas. La prensa y el sentido común han querido que sea el éxito quien ocupe las primeras planas, y la virtud quedó relegada en las sombras. Uno podría suponer que esto es injusto, pero no me parece, la virtud se ennoblece en las sombras, y las luces muy brillantes prácticamente la eliminan.
  Siguiendo por este camino del pensamiento quería compartir unos ejemplos de lo que doy en llamar "nobleza perdedora". La nobleza perdedora es una actitud de espíritu competitivo, de dar todo de uno mismo a tal punto de alejar la probabilidad de resultar vencedores. Parece contradictorio, y sin embargo no lo es. Vayamos al primer ejemplo.
  Uno de los tenistas que más me gustaba mirar era al chileno Fernando González. Tenía un estilo de juego vertiginoso, basado en su potente juego de derecha. Casi todos sus tiros iban a máxima velocidad, y en varias ocasiones apuntaba a las líneas. Parecía que si no golpeaba fuerte la pelota, entonces el punto no valía dentro de su cabeza. Este estilo encierra una nobleza notable: él quería ganar los puntos, no depender de errores en su rival. Por querer jugar siempre tan a tope era un jugador tremendamente irregular. Podía llegar al final de un torneo, y al siguiente, perder en primera ronda. Claro, un estilo de juego tan al borde genera eso: un buen día sos el mejor, y un mal día perdés con cualquiera. Si analizamos el por qué de ese comportamiento deportivo, veremos que no nos queda más que elogiarlo por tratar siempre de dar lo mejor de sí, incluso aunque eso le cueste el partido.
  A mí el baseball no me gusta, o tal vez, no le di tiempo para que me gustara. Pero recuerdo en una película, un ejemplo de un beisbolista que cuadra perfecto en la "nobleza perdedora". Hagan memoria, la película es "Señales" con Mel Gibson. El actor que personificaba a su hermano, era un beisbolista fracasado porque simpre intentaba batear "home runs" (creo que se escribe así), siempre bateaba fuerte, nunca escatimaba potencia en el golpe. Daba todo de sí en pos de hacer una bateada perfecta, y por eso erraba muchísimas veces. Era "home run" o nada, prefería la derrota a la mediocridad. Este espíritu es sin dudas elogiable.
  Un último ejemplo, ahora en fútbol. Marcelo Bielsa. Entiendo que tal vez el mote de "perdedor" no es justo para él. Ha sacado campeón a mi equipo, Newell's Old Boys, a Velez, y ha ganando una medalla de oro con la selección Argentina de fútbol. Aún así, sus planteos estratégicos son un claro ejemplo de "nobleza perdedora". A Bielsa no le importa si está dirigiendo a un mal equipo contra un equipo super poderoso, él dirá que la única forma en la que sabe ganar un partido es atacando al rival. Entonces, desplegará a sus jugadores para que jueguen al ataque, para que sean protagonistas, incluso sabiendo que el rival lo va a poder lastimar con mayor facilidad. No importa, porque no sabe hacerlo de otra forma. Me permito no creerle a Don Marcelo, a mí me parece que él sabría colgar a sus once jugadores del travesaño o idear una estrategia defensiva para tratar de jugar de contra. Un hombre que vio mil y un videos de fútbol no puede ignorar este tipo de estrategias. Pero no quiere hacerlo, si va a ganar un partido va a ser siendo protagonista. Si va a ganar un campeonato, va a ser mereciéndolo. He allí el espíritu del deporte, la ética del deporte, la moral del deporte.
  Es claro que vivimos en un mundo conformista. En un mundo que trata de sacar el máximo beneficio con el menor costo posible y arriesgando lo menos posible. Invito pues, a que empecemos a manejarnos de otra manera. A tratar de hacer las cosas mejor, por el solo placer de hacerlas. Sin estar mirando continuamente qué es lo que estoy recibiendo a cambio. Porque ese es el espíritu detrás de la "nobleza perdedora", dar todo, absolutamente todo, sin esperar nada a cambio. Porque si el premio llega después de que lo dimos todo, sabremos que lo merecemos. Pero si viene después de haber especulado durante todo el camino, será un premio gris, un premio sin brillo. Y como bien adivinan aquellos que son capaces de jugarse el todo por el todo: más vale una derrota digna que una victoria mediocre.

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