miércoles, 31 de octubre de 2012

Destino

"Los días que vienen
y los transcurridos
viven en un libro, vidalitá,
que no es sucesivo,
donde aún es pasado, vidalitá,
y el futuro ha sido."
Fragmento de "Vidalita del camino"
de Alejandro Dolina

  Una biblioteca es el lugar más surrealista que existe en cualquier hogar. Por pequeña que sea, en las bibliotecas siempre ocurren hechos extraordinarios. Uno encuentra libros que nunca vio, las posiciones de los libros cambian sin nuestra intervención. Si decidimos tomar un libro que ya leímos y volver a releerlo, notamos que cambió y que ya no es el mismo. Algunas páginas se borran, otras cambian de lugar, y algunas desaparecen por completo.
  Será por todos estos motivos que no me sorprendí al encontrar un libro nuevo en los estantes de mi biblioteca. Narraba la historia de un hombre común. Era un tópico extraño para mi gusto literario, y creo que para el gusto de cualquier lector. Nada extraordinario pasaba en las primeras hojas, sin embargo, no podía dejar de leerlo. Hasta que algo sucedió, una de las situaciones por las que pasaba el personaje me hacía recordar a mi niñez. Hasta ese momento no me había dado cuenta de la similitud en la personalidad del personaje del libro y la mía. Esto me pasaba a menudo con casi cualquier personaje que leía, pero esta vez era distinto. Continué la lectura, y nuevamente apareció un hecho que conocía a la perfección de mi propia historia. Un tanto atemorizado volví unas hojas hacia atrás y releí con más atención. El temor fue creciendo párrafo a párrafo, estaba casi seguro que estaba leyendo mi propia vida. No sabía qué hacer, era algo completamente imposible, decidí cerrar el libro y volverlo a dejar en algún estante al azar.
  En los días siguientes, cada vez que pasaba por la habitación, mis ojos hacían un repaso de la biblioteca con la esperanza de no volver a ver aquel tomo. Temía volver a acercarme y elegir algo para leer.
  Cierto día, me levanté con la convicción de que si el libro realmente contaba mi vida, entonces podía usarlo a mi favor. Aún así, intuía que lo mejor era no volver a cruzármelo. Volví entonces a la biblioteca y quise elegir al azar, pero el destino se interpuso y puso nuevamente el extraño libro en mis manos. Continué leyendo. Cada vez tenía menos dudas, el libro contaba mi vida. Incluso eventos que yo mismo había olvidado. No pude evitar pensar que cada capítulo que pasaba, más me acercaba al tiempo presente. Por un instante interrumpí la lectura para preguntarme: ¿llegaría el libro a contar toda mi vida? Dejé mi dedo índice en la página que estaba leyendo, y cerré el libro para ver qué tanto faltaba por leer. A juzgar por el resultado la respuesta era que sí, el libro contaba toda mi vida.

  Como bien saben, las cosas extraordinarias nunca ocurren en números impares. Es por eso que en aquellos tiempos en que leía el libro, ocurrió otro hecho extraordinario: caí hechizado bajo la dulce hermosura de una mujer que cruzaba diariamente en mi camino al trabajo. Entonces, supe por qué el libro había elegido ese momento para llegar a mí. Seguramente en sus páginas encontraría las instrucciones (¿o estaría mejor decir los hechos?) precisas para conquistarla. Aún así, el terror por conocer el futuro se mantenía en mi corazón, así como la dulce ansia de saber si mi camino se cruzaría con el de aquella muchacha.
  Pocos días más tarde tomé la decisión de continuar el libro hasta llegar al momento en que comenzaba a leerlo. Así lo hice, pero no pude detenerme, leí en sus páginas cómo conocí a la dama que ocupaba buena parte de mis pensamientos, leí como poco a poco fue tomando control de mis actos, y como decidió, incluso sin quererlo, que yo siguiera leyendo el libro hasta llegar al mismo día en que estaba. En ese momento, en un rapto de conciencia cerré el libro y lo deposité ruidosamente en su lugar.
  Al siguiente día, mitad para evitar la necesidad de leer el libro y mitad por mis ansias de conocerla, le dirigí la palabra cuando cruzaba frente a mí:
- Buenos días señorita.
- Buen día.
- (No pude evitar pensar que si hubiera seguido leyendo sabría exactamente qué decir). Creo que la conozco de algún lado.
- Puede ser, usted también me resulta conocido.
  El destino me sonreía, casi sin quererlo comencé a hablar con ella. Supe que su nombre era Mariel. Que vivía a pocas cuadras de mi casa. Que gustaba de la lectura, y que su biblioteca tenía las mismas costumbres extrañas que la mía. Por supuesto, no le dije una palabra del libro que estaba leyendo. Hacia el final de la charla conseguí citarla en un bar del barrio con la excusa de continuar nuestra conversación. Volví a casa con la tranquilidad de no necesitar la lectura del libro para conseguir el favor de Mariel.
  Mariel era una persona ocupada, y quedamos de vernos en el bar "La perla" en la semana siguiente. Como todo enamorado hubiera querido que el tiempo se esfumase y aparecer de repente sentado en el bar. Me pregunté qué pasaría si arrancaba las páginas de espera del libro. Pero me detuve enseguida, había conseguido la cita sin el libro, así que no era necesario volver a abrirlo.
  La semana pasó con la lentitud propia del que espera un gran acontecimiento. Cuando finalmente llegó el día comencé a sentir que mis ansias aumentaban más de lo prudente. Sabía cómo calmarlas, solo tenía que leer el libro. Pero tenía una voz interna que me lo prohibía terminantemente. Soporté como pude. Cuando aún faltaba un par de horas para irme, comencé con los preparativos propios de una cita. Creo que ese fue mi primer error. En poco más de una hora estaba listo para irme. Aún debía esperar más. Ya no pude soportar mi ansiedad, fui a la biblioteca, tomé el libro y retomé la lectura. El libro se abrió en medio de la semana de espera. Por tomar un atajo, decidí leer desde allí. Ese fue mi segundo error. Aún habiendo avanzado en la historia, el capítulo de la semana de espera era intolerablemente largo. Cargado de descripciones absurdas que hacían lento el leer. Supuse que el autor del libro quería simular lo mismo que yo había sentido: que la semana era interminable. La hora se acercaba y la narración parecía cada vez más lenta. No quise esperar más, salteé varias hojas y llegué al momento en que me encontraba caminando al bar. Leí las calles que tomaba, y me parecía una extraña forma de llegar a "La perla". Doblar por Uriburu, ver la tienda de mascotas, seguir dos cuadras, a la derecha por Rivadavia, caminar una cuadra y media más y entrar al bar. ¡¿Entrar al bar?! Pero, ¡esa no era la dirección de "La perla"! Me invadió una extraña sensación, como si un hilo delicado de finísimo cristal, se hubiera roto en pedacitos. ¿Qué pudo haber estado mal? Decidí buscar el momento en que acordamos la cita. Recordaba cada palabra de esa conversación, me fue fácil encontrarla:
"- Realmente tiene usted una charla muy interesante. Y además, es hermosa. Quisiera conocerla un poco más, ¿qué le parece si vamos a tomar un café uno de estos días?
Mariel se sonrió, y el día se iluminó un poco más.
- Sí, por supuesto, estoy libre el martes de la semana que viene. No crea que no quisiera verlo antes, pero mi trabajo... vió... me tienen esclavizada... ¡qué se le va a hacer!
- No se preocupe, el martes está bien. Conzco un bar hermoso, se llama "La perla", queda sobre Rivadavia, ¿lo conoce?"
  ¿Qué estaba sucediendo? El libro siempre había sido fiel a lo que me ocurría. Comencé a sentirme mareado. Era imposible que acordáramos ir a "La perla" y nos encotremos en "Uno". Me pregunté si el destino podía tener errores de impresión. Desesperado busqué el diálogo que se establecería en el bar, por suerte era extenso y lo crucé rápidamente. Lo que leí me tranquilizó. La conversación fluía naturalmente, como fluye entre dos almas enamoradas. Ella conocía todos los retruques a cada cosa que le decía, y yo conocía los galanteos que hacían aflorar en sus labios su bella sonrisa. La velada finalizaba con un beso conmovedor, y la promesa de una nueva cita en el próximo fin de semana.
  Por un instante pensé en llamarla y pedirle que cambiáramos de bar, pero miré el reloj y ya era tarde, salí en dirección a "La perla".
  Caminé las primeras cuadras tratando de encontrar una tienda de mascotas que me recuerde a la de la calle Uriburu. Jugué a armar con las letras de las calles que cruzaba, los mismos nombres de las calles que me llevaban al bar "Uno". Nada de esto funcionó. Me pregunté si el hecho de no seguir los pasos que indicaba el libro no cambiaría también el destino. Traté de racionalizar una respuesta pero me fue imposible. Entonces, se me ocurrió una idea. Para arrimarme mejor al futuro perfecto que había leído, solo tenía que desviarme un poco, y pasar por la entrada de "Uno", antes de dirigirme a "La perla". Solo me llevaría unos 10 minutos. Mariel lo entendería. Di media vuelta y fui a buscar a paso rápido el bar que indicaba el libro. Pasé por Uriburu, la tienda de mascotas, Rivadavia. Eso me tranquilizó. Era tarde, pero el destino ya había hablado y todo saldría bien con Mariel.
  Al llegar al bar, no pude evitar entrar. Desde la barra, un mozo me chistó. Me acerqué más por educación que por otra cosa:
- ¿Qué sucede?
- Le veo cara de perdido, ¿se encuentra bien?
- Sí, sí, de hecho ya me iba.
- ¿Ya se iba? ¿y para qué entró entonces? ¿buscaba a alguien?
  Sus palabras me petrificaron, ¿qué debía responder? No sé cómo, pero el mozo intuyó una respuesta.
- Veo que sí, ¿por qué no prueba llamar a quien busca por teléfono? tal vez se retrasó.
  Llamar por teléfono, esa idea me iluminó. Había leído en el libro que caminaba hacia el bar Uno, y eso fue lo que finalmente hice, pero no leí qué había ocurrido antes ¿habría comenzado mi camino hacia "La perla" y llevado por la lectura de mi propio futuro corregí mi camino y terminé en el bar "Uno"? El libro nunca había fallado, debía ser así, la explicación cerraba de manera perfecta. Tampoco había leído lo que ocurrió entre la llegada al bar y la conversación con Mariel. Por lo tanto, no estaba de más pensar que hablaría con un mozo que me propondría una llamada telefónica, y así contactaría a Mariel para que venga finalmente al bar "Uno". Luego se desarrollaría la conversación que leí, y la promesa de una nueva cita. Me invadió una satisfacción enorme.
  Mientras divagaba con estos pensamientos el mozo me extendió el teléfono. Noté que su meñique tenía una uña muy larga. Tomé el teléfono y marqué el número de "La perla". Al otro lado atendieron y pedí que buscaran entre las mesas a Mariel.
  Casi no puedo recordar el diálogo que tuvimos. Le pedí a Mariel que viniera al bar donde estaba. Ella me pidió motivos. Balbuceé algunas excusas y ella ensayó algunos reproches. Vino a mi memoria que el libro me prometía el éxito si nos encontrábamos en aquel bar. Le dije con autoridad que era necesario que se acercara al bar. Ella siguió sin comprender, me dijo que esperaba una buena explicación cuando llegara. Luego cortó enojada.
  Al colgar, quise agradecerle al mozo, pero ya no estaba ahí. Me senté esperando a Mariel. Me preguntaba cómo sería el gran discurso que le daría, que finalizaría en una conversación romántica con beso y promesa de una nueva cita. Aun así, no intenté pensar ninguna excusa, me sentía como si hubiera comprado un boleto de lotería ganador el día después del sorteo.
  Mariel llegó y se sentó frente mío. Mi cara mostraba la sonrisa estúpida del que se sabe ganador. Mariel creyó que me estaba burlando. Comencé a decirle piropos, suponiendo que no debía preocuparme por explicar nada, después de todo el final ya estaba escrito. Ella me miró visiblemente enfurecida. En aquel momento quise explicarle que era el destino el que nos había llevado a ese bar. Que el futuro se veía hermoso para nosotros dos. Pero ella no quería explicaciones poéticas, quería explicaciones reales. Intenté buscarlas, pero no encontré ninguna. Entonces, le dije la verdad, que tenía un libro que relataba mi vida, y que me había indicado que debía citarla allí y no en el otro bar. Ese fue mi último error. Mariel se levantó bufando, dio media vuelta y se marchó sin dirigirme la palabra.
  Sentado en la mesa, miré alrededor como buscando a alguien a quien extenderle la queja de que el libro había fallado. Me encontraba desesperanzado. Ni siquiera atiné a intentar seguir a Mariel para ensayar otra respuesta. Quedé solo en la mesa del bar como esperando algún milagro que no sucedió. A la hora, comprendí que debía volver a casa.
  Al llegar, me dirigí como un automáta a la biblioteca. Tomé el libro en mis manos y busqué nuevamente el exitoso diálogo con Mariel. No lo encontré. Busqué páginas atrás la descripción de algunos de mis acontecimientos pasados, a medida que releía notaba que no eran tan parecidos a los que había vivido. Busqué el primer encuentro con Mariel, y vi que ya no se llamaba así, ahora su nombre era Elena. Busqué la charla con el mozo, y solo hallé un sueño con el demonio. El libro me había engañado.

  Un amigo vino a visitarme el siguiente día. Antes de que se vaya, corrí a la biblioteca y tomé dos libros al azar y uno a propósito. Se los di recomendándole que los leyera. Ojalá que nunca me los devuelva.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La culpa

"¡El otro siempre tiene la culpa! ¡Eso, eso! exclamaron todos a coro.
El señor tiene razón: ¡la culpa de todo la tiene el otro!"
fragmento de un supuesto monólogo de Tato Bores

  La culpa es un tema enorme que quiero abordar desde un lado muy particular, ante la imposibilidad de hacerlo de manera general. En particular, quiero hablar de la culpa sobre hechos negativos, cómo suelen afrontarla las personas, y cómo creo que conviene hacerlo.
  Siempre traté de tener la misma postura con respecto a este tipo de culpa. Es una postura muy simple que dice lo siguiente: "si la culpa de algo es de otra persona, entonces no puedo hacer nada para cambiarlo. Por lo tanto, conviene que la culpa sea mía". Acepto que parece un poco masoquista, sin embargo, es una postura que ante todo busca el crecimiento individual.
  Culturalmente nos entrenan durante la vida para tratar de que la culpa sobre una determinada circunstancia negativa, nunca sea nuestra. Cuando pasa algo malo todo el mundo intenta buscar al culpable, que nunca es uno mismo. Se inventan miles de laberínticos motivos por los cuales la culpa queda totalmente fuera de nuestro ámbito.
  Es por esto que me gustaría proponer dos ideas que considero liberadoras.
  La primera, si bien tiene que ver con las críticas, considero que tiene una relación muy fuerte con la culpa. Después de todo, la crítica genera la culpa de que algo no esté bien hecho. Hecha esta aclaración, presento la idea: "solo se equivoca el que hace". Esto es muy importante para deshacernos de las miradas de aquellos que solo saben criticar. El que critica está siempre en una posición sumamente ventajosa sobre el criticado. Porque no importa qué hagamos, ni cómo lo hagamos, siempre, siempre, pero siempre, se puede hacer mejor. Siempre hay una arista criticable, o dos, o tres, o mil. Es imposible que hagamos algo perfecto. Mucha gente se ha dado cuenta de esto y ha decidido quedarse cómodamente sentada en el amplio sillón del "no hacer nada". Este sillón, como todo lo que es cómodo, no es más que una trampa para estancar a las voluntades débiles, que ven en el hecho de "no hacer nada" una ventaja fundamental: nunca serán criticados. Pero claro, si no hacen nada no pueden compararse al resto que sí hace. Es por eso que necesitan hacer algo que los equipare. Pasar a la acción es arriesgarse a la crítica. Pero criticar al resto para minimizar sus acciones, es seguro, y consiguen lo que quieren: equipararse con aquellos que sí hacen. Por este motivo, es muy importante ignorar a la gente que critica y que no hace nada. No ignorarla desde el punto de vista de no aceptar y evaluar la crítica, no. Ignorarla desde el punto de vista de no preocuparnos por estas críticas. De no alarmarnos por recibir críticas de cada cosa que hacemos. El Quijote lo supo poner en palabras muy simples: "ladran Sancho, señal que cabalgamos".
  La segunda está íntimamente relacionada con la humildad. Aceptemos que somos finitos y falibles todo el tiempo. Que nunca tendremos una idea perfecta, que nunca realizaremos una acción perfecta. Que todos los pasos que damos en la vida son perfectibles. Todos, absolutamente todos. Quitémonos el peso de tener que hacer las cosas bien, y aceptemos hacerlas lo mejor que podamos. Esto no quiere decir no esforzarse, no quiere decir no superarse, quiere decir, sencillamente, hacerlas a nuestra manera, con nuestras limitaciones, valorando nuestro esfuerzo por más que el resultado final diste de nuestros deseos. Recuerdo haber escuchado sobre un escritor que publicaba los libros para dejar de corregirlos. Este es un poco el espíritu de esta segunda idea, aprendamos a cerrar tareas aunque no nos queden perfectas. Una tarea hecha es siempre mejor que una tarea ausente. Una mejora pequeña es mejor que una mejora ausente. Algo es más que nada, por más que ese algo sea infinitesimal.
  Ahora cerremos este círculo. Inicié hablando de la culpa, y luego desvié hacia lo importante de no dejarnos avasallar por la crítica y lo importante de sabernos limitados. La culpa nace siempre de una de estas dos fuentes: darle demasiada importancia a la crítica, o bien, creer que pudimos haber hecho algo de mejor manera. No nos dejemos llevar por la verborragia ajena, ni por el peso propio de lo que pudo haber sido. Son dos trampas inconducentes que no nos aportan nada. Aprendamos a hacer, escuchar las críticas, tomarlas y mejorar. Aprendamos a no querer ser perfectos, a no querer, ni siquiera, ser buenos en algo. Eso no es importante. Lo importante no es las veces que caigamos, si no las veces que nos levantemos. El vencedor es el que se levanta una vez más de las que se cae, no el que no se cae. Y en última instancia, si vemos que ya no podemos levantarnos, por lo menos, quedémonos tranquilos de que hicimos algo por ser vencedores, y caímos por intentar. Esto siempre es mejor que no haber intentado nunca.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Nobleza perdedora

"La humildad es algo muy extraño. En el mismo momento
en que creemos tenerla, ya la hemos perdido." San Agustín

  Siempre me ha gustado mucho analizar las virtudes. Tienen algunos recovecos más que interesantes. Una de las cosas que más me llama la atención es que no se necesita ser exitoso para tener virtudes. El éxito y el virtuosismo corren carreras muy distintas, totalmente disjuntas. La prensa y el sentido común han querido que sea el éxito quien ocupe las primeras planas, y la virtud quedó relegada en las sombras. Uno podría suponer que esto es injusto, pero no me parece, la virtud se ennoblece en las sombras, y las luces muy brillantes prácticamente la eliminan.
  Siguiendo por este camino del pensamiento quería compartir unos ejemplos de lo que doy en llamar "nobleza perdedora". La nobleza perdedora es una actitud de espíritu competitivo, de dar todo de uno mismo a tal punto de alejar la probabilidad de resultar vencedores. Parece contradictorio, y sin embargo no lo es. Vayamos al primer ejemplo.
  Uno de los tenistas que más me gustaba mirar era al chileno Fernando González. Tenía un estilo de juego vertiginoso, basado en su potente juego de derecha. Casi todos sus tiros iban a máxima velocidad, y en varias ocasiones apuntaba a las líneas. Parecía que si no golpeaba fuerte la pelota, entonces el punto no valía dentro de su cabeza. Este estilo encierra una nobleza notable: él quería ganar los puntos, no depender de errores en su rival. Por querer jugar siempre tan a tope era un jugador tremendamente irregular. Podía llegar al final de un torneo, y al siguiente, perder en primera ronda. Claro, un estilo de juego tan al borde genera eso: un buen día sos el mejor, y un mal día perdés con cualquiera. Si analizamos el por qué de ese comportamiento deportivo, veremos que no nos queda más que elogiarlo por tratar siempre de dar lo mejor de sí, incluso aunque eso le cueste el partido.
  A mí el baseball no me gusta, o tal vez, no le di tiempo para que me gustara. Pero recuerdo en una película, un ejemplo de un beisbolista que cuadra perfecto en la "nobleza perdedora". Hagan memoria, la película es "Señales" con Mel Gibson. El actor que personificaba a su hermano, era un beisbolista fracasado porque simpre intentaba batear "home runs" (creo que se escribe así), siempre bateaba fuerte, nunca escatimaba potencia en el golpe. Daba todo de sí en pos de hacer una bateada perfecta, y por eso erraba muchísimas veces. Era "home run" o nada, prefería la derrota a la mediocridad. Este espíritu es sin dudas elogiable.
  Un último ejemplo, ahora en fútbol. Marcelo Bielsa. Entiendo que tal vez el mote de "perdedor" no es justo para él. Ha sacado campeón a mi equipo, Newell's Old Boys, a Velez, y ha ganando una medalla de oro con la selección Argentina de fútbol. Aún así, sus planteos estratégicos son un claro ejemplo de "nobleza perdedora". A Bielsa no le importa si está dirigiendo a un mal equipo contra un equipo super poderoso, él dirá que la única forma en la que sabe ganar un partido es atacando al rival. Entonces, desplegará a sus jugadores para que jueguen al ataque, para que sean protagonistas, incluso sabiendo que el rival lo va a poder lastimar con mayor facilidad. No importa, porque no sabe hacerlo de otra forma. Me permito no creerle a Don Marcelo, a mí me parece que él sabría colgar a sus once jugadores del travesaño o idear una estrategia defensiva para tratar de jugar de contra. Un hombre que vio mil y un videos de fútbol no puede ignorar este tipo de estrategias. Pero no quiere hacerlo, si va a ganar un partido va a ser siendo protagonista. Si va a ganar un campeonato, va a ser mereciéndolo. He allí el espíritu del deporte, la ética del deporte, la moral del deporte.
  Es claro que vivimos en un mundo conformista. En un mundo que trata de sacar el máximo beneficio con el menor costo posible y arriesgando lo menos posible. Invito pues, a que empecemos a manejarnos de otra manera. A tratar de hacer las cosas mejor, por el solo placer de hacerlas. Sin estar mirando continuamente qué es lo que estoy recibiendo a cambio. Porque ese es el espíritu detrás de la "nobleza perdedora", dar todo, absolutamente todo, sin esperar nada a cambio. Porque si el premio llega después de que lo dimos todo, sabremos que lo merecemos. Pero si viene después de haber especulado durante todo el camino, será un premio gris, un premio sin brillo. Y como bien adivinan aquellos que son capaces de jugarse el todo por el todo: más vale una derrota digna que una victoria mediocre.

lunes, 8 de octubre de 2012

El logro social


"Si he visto más que otros es porque estuve parado 
sobre el hombro de gigantes." Isaac Newton

  ¿Es justo considerar que el teléfono fue inventado por Graham Bell? ¿Está bien asociar el nombre de Edison con la invención de la lámpara incandescente? ¿Es correcto considerar que Einstein, por sí solo, dedujo la teoría de la relatividad? Seguramente sí. Ahora, ¿les damos a estas personas el justo valor que les corresponde por aquello que lograron? No lo creo. En estos tiempos de exitismo e individualismo, parece que nos hemos olvidado que el hombre vive en sociedad. Y que cualquier logro individual tiene un innegable origen social.
  Ninguna persona alcanza un objetivo por si sola. Todos hemos necesitado de la ayuda de nuestros pares para ir creciendo en cada uno de los aspectos de nuestra vida. Y los grandes nombres de la historia no son la excepción.
  Da la sensación de que si llegaste a "casi" inventar algo, no sos nadie, pero si tomaste una posta de larga data, y con una simple mejora alcanzaste a llegar a algo, entonces, sos todo.
  Es cierto que es imposible recordar todos los infinitos avances que ha hecho el hombre a través del tiempo. Entendiendo como avance incluso los errores que se cometieron. Pero también es injusto considerar un descubrimiento puntual como algo exclusivo del genio de un solo hombre.
  Tomemos el inventor que tomemos, antes de hacer su descubrimiento, fue ayudado por muchas personas que le enseñaron las ciencias necesarias para comenzar su proyecto. También, muchas personas, probablemente muchas más, le fueron dando un entorno favorable donde desarrollar un cierto tipo de personalidad. Una personalidad resistente a los fracasos (nadie inventó nada en el primer intento, ni en el segundo, ni en el décimo), de gran empuje y de convicciones firmes.
  Tampoco se puede ignorar que cualquier inventor se ha basado en teorías y ciencias que tienen años de historia y que le han provisto del cononcimiento necesario para poder dar un paso más. Esto lo dice con mucha más habilidad y méritos Newton en la frase que abre este post.
  Esto es aplicable a cualquier logro que haya hecho un ser humano. Detrás del logro, siempre encontraremos a una gran cantidad de personas que fueron absolutamente necesarias para alcanzarlo. Sin embargo, al momento de analizar el logro, dentro de nuestras cabezas queda asociado al nombre de una sola persona. Parece que olvidáramos todo lo demás. Y es así como cometemos un error: le asignamos a esa única persona un valor enorme y reducimos al máximo el valor del resto.
En este post inicio hablando de inventores y descubrimientos, sin embargo, todo esto que aquí expuse puede aplicarse también a logros mucho más "terrenales": conseguir un trabajo, terminar una carrera, formar una familia, etc. Es importante que entendamos que todos nuestros logros no serían posibles sin la ayuda de los que nos rodean. Es importante, porque es la base de la humildad. Y la humildad es un valor necesario para la vida en sociedad.
  Por eso, mi invitación en este caso, pasa porque empecemos a ver nuestros éxitos, como éxitos compartidos. Seamos agradecidos de todas aquellas personas que nos han apoyado de tantas maneras diferentes para llegar a ser quienes somos.
  Avancemos entre todos, que es de la única forma que vale la pena avanzar. El triunfo de uno se pierde en la inmensidad de nuestro mundo, pero cuando el triunfo es colectivo, entonces es nuestro mundo el que empieza a brillar un poco más. Y esa es nuestra tarea: hacer que nuestro mundo sea cada vez un poco más brillante.